viernes, 8 de febrero de 2019

22-CON LICENCIA



Con Licencia

Sobre una mar algo encrespada, la nave se bamboleaba de babor a estribor, dificultando mantener la posición vertical
-          ¿Qué es esto? – preguntó airado mientras con la bota golpeaba las tablas
-         ¡Me habéis traído a un barco! ¡De nuevo estamos sobre agua! ¡Sabéis que detesto los barcos! -cada vez más enfurecido Alonso no dejaba de despotricar
-          Tranquilo macho, es solo un pasaje, ya nos bajamos – intentó tranquilizarlo Pacino.
-          ¿Cómo que sólo un paso? ¿No había otro paso acaso?
-          Pues sí, pero nos obligaba a dar un rodeo mucho más grande   indicó Amelia tranquila y didáctica como de costumbre.
-          ¿Qué tanto más grande puede ser una vuelta? –
-          Pues, a caballo, lomo de burro o a pie, cruzando selvas y combatiendo contra los salvajes, o los portugueses… yo calculo que unir Cartagena de Indias con Asunción, quizás un par de años, si es que se pudiera hacer –
-          ¿Y no hay puertas…?-
-          –Acabamos de pasar por ellas … -
-          Pero, Asunción es tierra adentro, ¿Qué hacemos en el mar? –
-          Seguir la ruta más corta…al menos en el siglo XVI; nos dejarán en algún lugar de la costa a la altura de la ciudad y de ahí a pie durante un mes más o menos, dependiendo de los caminos, pero por una ruta conocida que atraviesa la mata atlántica y, luego de cruzar algunos ríos como el Paraná, y el Paraguay, nos dejará allí.-
-          ¿Y por qué no una puerta a Asunción? En esa época era España ¿no? 
-          Pues, eso es lo que tenemos que averiguar, porque esa puerta dejó de funcionar -                                                                                No tenía sentido discutir, sólo rezar para llegar a buen puerto lo antes posible.
Al día siguiente, luego de una noche movida, el capitán les indicó que se prepararan para desembarcar
-         ¿Es que ya llegamos a Santa Catalina? – Preguntó Amelia incrédula
-          ¿No es muy pronto? – cuestionó Pacino
-          Pues…algo así, más o menos, hemos tenido buenos vientos…  – aseguró el patrón del barco sin mucha convicción.
-         ¡¿Cómo?!- dudó Pacino
-         Vamos, si hay que bajar, se baja – intervino ansioso Alonso
-         Tranquilo Alonso, este tipo me da mala espina, Amelia tiene razón es muy pronto –
-         ¿Acaso dudáis de mi señor?- se fingió ofendido el capitán
-         Vamos hombre, bajemos – urgió Alonso nuevamente mientras subía a cubierta.                 
           Resignados los otros lo siguieron al bote que los llevaría a  la playa.
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Al poco, el bote llegó a tierra y los pasajeros bajaron de él, aún sobre las olas. Alonso a la carrera, Pacino a disgusto y Amelia molesta, pues las ropas que llevaba no eran las más adecuadas para una zambullida.
No bien las olas quedaron atrás, Alonso hincó la  rodilla y besó la tierra, feliz de tenerla nuevamente bajo sus pies
-          Vamos hombre, ya está bien – le animó Pacino al pasar, tocándole el hombro y dándose la vuelta para  ver qué tal venía Amelia, que a duras penas podía con las largas faldas mojadas.
-          ¿Dónde se ha ido? – preguntó intrigado, mirando hacia donde, minutos antes no más, estaba el barco en el que habían llegado
-          Al fondo del mar, espero – masculló con enojo Alonso.
-          Es cierto, se ha ido – confirmó Amelia que acababa de llegar   a la arena y se dejaba caer en ella, rendida por el esfuerzo.
-          Miren – indicó Pacino con asombro, mirando a tierra
-          ¿Dónde estamos? –
-          Parece una playa llena de turistas –
-          ¿Turistas en el siglo XVI? –

Efectivamente, la escena era distópica, las playas, pequeñas y agradables, estaban llenas de gente en trajes de baño.
-           "Olha papa, os piratas do Caribe" - (Mira papa, los piratas del Caribe) dijo un chico al pasar cerca de ellos.
Y enseguida todos los chicos que había en la playa corrieron hacia donde estaban.
Alonso, algo atemorizado, estuvo a punto de sacar su espada, pero delicadamente Amelia se  lo impidió.
La patrulla, que mal entendía el idioma, tuvo que lidiar con la tribu de niños hasta que los padres, convencidos también ellos, de que no estaban filmando ninguna escena de ninguna película en las playas de Buzios, los controlaron y pudieron seguir camino.
Una vez libres, decididamente Pacino se dirigió hacia una pareja en particular, que se hallaba sentada al reparo de una sombra ocasional.
-          Buenos tardes, ¿hablan español? -
-          Pues, sí – dijo el escribiente
-          Ya decía yo, tomando mate seguro son rioplatenses – se jactó Pacino, mirando a sus compañeros, pavoneándose de sus dotes policíacas.
-          ¿Nos podríais decir si hay algún camino seguro a Asunción? – preguntó ante el asombro de los interpelados.
-          Pues, yo diría que lo mejor sería que tomaran un ómnibus hasta Río de Janeiro y de ahí algún avión a Asunción –
-          ¿Ómnibus?¿avión?. ¿En qué año estamos señor? – pregunto Amelia
-          Pues en 2019, enero de 2019 – contestó el escribiente, tratando de sonar tranquilizador.
-         ¡2019! El hideputa que nos sacó del barco nos mandó a otra época – maldijo Alonso pateando el suelo, para preguntarse a continuación.
-          ¿Y ahora qué hacemos? –
-          Déjame ver – dijo Pacino sacando su celular ante la mirada atónita de los dos compañeros.
-          ¿Qué? En el 2019 un celular no tiene nada de raro – contestó al reproche no hecho, mientras sus ojos se abrían asombrados.
-          Sólo llamadas de emergencia – dijo perplejo, mostrando la pantalla a sus compañeros.
-          Claro – afirmó Amelia
-          Es que estamos en Brasil, fuera del área de cobertura –
-          Inténtalo de todos modos – instó Alonso.
 Al cabo de unos segundos alguien atendió el teléfono e intercambió unas palabras con Pacino.
-          Y ¿Qué te ha dicho? –
-          Pues, que el ministerio está de receso…por lo menos hasta que aprueben la cuarta temporada –
-          ¿Qué? ¿aún no lo han hecho? –
-          No sé, el guardia que me atendió me dijo que hay rumores, pero él no sabía nada de cierto –
Los tres se miraron sin saber qué hacer.



De pronto Amelia, ya harta de arrastrar las faldas mojadas, se las quitó, dejando al descubierto el diminuto biquini colorado que llevaba bajo ellas, tendiéndose luego a tomar sol.
-          Compañera, ese atuendo no es reglamentario - atinó a balbucear Pacino.
-          Pues no – fue la lacónica respuesta.
Encogiéndose de hombros Pacino giró sobre sus talones para dirigirse a uno de los kioscos cercanos.
-          Voy por una caña ¿quieres? – preguntó a Alonso que permanecía con la boca abierta sin saber qué hacer o decir.
Como no atinara a contestar nada, Pacino se fue sin respuesta.
El pobre Alonso, solo, desconcertado, se dejó caer sobre la arena, al lado del escribiente y su mujer, que, incrédulos, seguían tomando mate.
-          ¿Me convida uno? – preguntó.
-         Se ve que nos han dado licencia también a nosotros – comentó resignadamente mientras se quitaba las botas mojadas.
-          ¿Amargo? – pregunto la señora del escribiente antes de cebarle el mate.

El escribiente
Córdoba – Argentina
Febrero 2019


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