Con Licencia
Sobre una mar algo encrespada, la nave se bamboleaba de babor
a estribor, dificultando mantener la posición vertical
- –¿Qué
es esto? – preguntó airado mientras con la bota golpeaba las tablas
- –¡Me
habéis traído a un barco! ¡De nuevo estamos sobre agua! ¡Sabéis que detesto los
barcos! -cada vez más enfurecido Alonso no dejaba de despotricar
- –Tranquilo
macho, es solo un pasaje, ya nos bajamos – intentó tranquilizarlo Pacino.
- –¿Cómo
que sólo un paso? ¿No había otro paso acaso?–
- –Pues
sí, pero nos obligaba a dar un rodeo mucho más grande– indicó Amelia tranquila
y didáctica como de costumbre.
- –¿Qué
tanto más grande puede ser una vuelta? –
- –Pues,
a caballo, lomo de burro o a pie, cruzando selvas y combatiendo contra los
salvajes, o los portugueses… yo calculo que unir Cartagena de Indias con
Asunción, quizás un par de años, si es que se pudiera hacer –
- –¿Y
no hay puertas…?-
-
–Acabamos
de pasar por ellas … -
- –Pero,
Asunción es tierra adentro, ¿Qué hacemos en el mar? –
- –Seguir
la ruta más corta…al menos en el siglo XVI; nos dejarán en algún lugar de la
costa a la altura de la ciudad y de ahí a pie durante un mes más o menos,
dependiendo de los caminos, pero por una ruta conocida que atraviesa la mata atlántica
y, luego de cruzar algunos ríos como el Paraná, y el Paraguay, nos dejará allí.-
- –¿Y
por qué no una puerta a Asunción? En esa época era España ¿no?
- –Pues,
eso es lo que tenemos que averiguar, porque esa puerta dejó de funcionar - No tenía sentido discutir, sólo rezar para llegar a buen
puerto lo antes posible.
Al día siguiente, luego de una noche movida, el capitán les
indicó que se prepararan para desembarcar
- –¿Es
que ya llegamos a Santa Catalina? – Preguntó Amelia incrédula
- –¿No
es muy pronto? – cuestionó Pacino
- –Pues…algo
así, más o menos, hemos tenido buenos vientos… – aseguró el patrón del barco
sin mucha convicción.
- –¡¿Cómo?!-
dudó Pacino
- –Vamos,
si hay que bajar, se baja – intervino ansioso Alonso
- –Tranquilo
Alonso, este tipo me da mala espina, Amelia tiene razón es muy pronto –
- –¿Acaso
dudáis de mi señor?- se fingió ofendido el capitán
- –Vamos
hombre, bajemos – urgió Alonso nuevamente mientras subía a cubierta.
Resignados los otros lo siguieron al bote que los llevaría a la playa.
Resignados los otros lo siguieron al bote que los llevaría a la playa.
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Al poco, el bote llegó a tierra y los pasajeros bajaron de él, aún
sobre las olas. Alonso a la carrera, Pacino a disgusto y Amelia molesta, pues
las ropas que llevaba no eran las más adecuadas para una zambullida.
No bien las olas quedaron atrás, Alonso hincó la rodilla y besó la tierra, feliz de tenerla nuevamente bajo sus pies
- –Vamos
hombre, ya está bien – le animó Pacino al pasar, tocándole el hombro y
dándose la vuelta para ver qué tal venía Amelia, que a duras penas podía con las largas
faldas mojadas.
- –¿Dónde
se ha ido? – preguntó intrigado, mirando hacia donde, minutos antes no más,
estaba el barco en el que habían llegado
- –Al fondo del mar, espero – masculló con enojo Alonso.
- –Es
cierto, se ha ido – confirmó Amelia que acababa de llegar a la arena y se
dejaba caer en ella, rendida por el esfuerzo.
- –Miren
– indicó Pacino con asombro, mirando a tierra
- –¿Dónde
estamos? –
- –Parece
una playa llena de turistas –
- –¿Turistas
en el siglo XVI? –
Efectivamente, la escena era distópica, las playas, pequeñas
y agradables, estaban llenas de gente en trajes de baño.
-
–"Olha papa, os piratas do Caribe" - (Mira papa,
los piratas del Caribe) dijo un chico al pasar cerca de ellos.
Y enseguida todos los chicos que había en la playa corrieron
hacia donde estaban.
Alonso, algo atemorizado, estuvo a punto de sacar su espada,
pero delicadamente Amelia se lo impidió.
La patrulla, que mal entendía el idioma, tuvo que lidiar con
la tribu de niños hasta que los padres, convencidos también ellos, de que no
estaban filmando ninguna escena de ninguna película en las playas de Buzios,
los controlaron y pudieron seguir camino.
Una vez libres, decididamente Pacino se dirigió hacia una
pareja en particular, que se hallaba sentada al reparo de una sombra ocasional.
- –Buenos
tardes, ¿hablan español? -
- –Pues,
sí – dijo el escribiente
- –Ya
decía yo, tomando mate seguro son rioplatenses – se jactó Pacino, mirando a
sus compañeros, pavoneándose de sus dotes policíacas.
- –¿Nos
podríais decir si hay algún camino seguro a Asunción? – preguntó ante el
asombro de los interpelados.
- –Pues,
yo diría que lo mejor sería que tomaran un ómnibus hasta Río de Janeiro y de
ahí algún avión a Asunción –
- –¿Ómnibus?¿avión?.
¿En qué año estamos señor? – pregunto Amelia
- –Pues
en 2019, enero de 2019 – contestó el escribiente, tratando de sonar
tranquilizador.
- –¡2019!
El hideputa que nos sacó del barco nos mandó a otra época – maldijo Alonso
pateando el suelo, para preguntarse a continuación.
- –¿Y
ahora qué hacemos? –
- –Déjame ver – dijo Pacino sacando su celular ante la mirada atónita de los dos
compañeros.
- –¿Qué?
En el 2019 un celular no tiene nada de raro – contestó al reproche no hecho,
mientras sus ojos se abrían asombrados.
- –Sólo
llamadas de emergencia – dijo perplejo, mostrando la pantalla a sus compañeros.
- –Claro
– afirmó Amelia
- –Es
que estamos en Brasil, fuera del área de cobertura –
- –Inténtalo
de todos modos – instó Alonso.
Al cabo de
unos segundos alguien atendió el teléfono e intercambió unas palabras con
Pacino.
- –Y
¿Qué te ha dicho? –
- –Pues,
que el ministerio está de receso…por lo menos hasta que aprueben la cuarta
temporada –
- –¿Qué?
¿aún no lo han hecho? –
- –No
sé, el guardia que me atendió me dijo que hay rumores, pero él no sabía nada de
cierto –
Los tres se miraron sin saber qué hacer.
De pronto Amelia, ya harta de arrastrar las faldas mojadas, se las quitó, dejando al descubierto el diminuto biquini colorado que llevaba bajo ellas, tendiéndose luego a tomar sol.
- –Compañera,
ese atuendo no es reglamentario - atinó a balbucear Pacino.
- –Pues
no – fue la lacónica respuesta.
Encogiéndose de hombros Pacino giró sobre sus talones para
dirigirse a uno de los kioscos cercanos.
- –Voy
por una caña ¿quieres? – preguntó a Alonso que permanecía con la boca abierta
sin saber qué hacer o decir.
Como no atinara a contestar nada, Pacino se fue sin
respuesta.
El pobre Alonso, solo, desconcertado, se dejó caer sobre la
arena, al lado del escribiente y su mujer, que, incrédulos, seguían tomando
mate.
- –¿Me
convida uno? – preguntó.
- –Se
ve que nos han dado licencia también a nosotros – comentó resignadamente
mientras se quitaba las botas mojadas.
- –¿Amargo?
– pregunto la señora del escribiente antes de cebarle el mate.
El escribiente
Córdoba – Argentina
Febrero 2019
Qué bueno Omar!
ResponderEliminarGracias Laura, me alegra te guste
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