domingo, 2 de febrero de 2020

24.-CUCHILLAS

CUCHILLAS
-Ivonne Sinigaglia-



Con uno de mis hermanos, pensábamos que durmiendo en el sofá de cuero que teníamos en casa hacia el lado del respaldo y tapados con el poncho colla se podía viajar en el tiempo.
Fuimos creciendo y con la superación de etapas, perdiendo naturalmente algunas fantasías; menos yo, que todas las noches me giro sobre la almohada y pienso en algún momento del pasado, al cual viajar a través de los sueños. Mis ingenuos intentos de viajes en el tiempo se han sucedido a lo largo de los años sin éxito aparente.
Hoy soñé que entraba en un local de cuchillos, único objeto por el cual poseo una fascinación que mantengo desde temprana edad, cultivada quizás por mi padre que se detenía en cuanta ferretería y casa de cuchillos se nos cruzara en el camino y que, además, poseía algunos que manipulaba sólo él. Uno para abrir el pejerrey, que él mismo pescaba en la costanera sur del Río de la Plata, otro grande que lo había traído consigo de Italia y otros chiquitos armados por él para tallar carozos de palta.
En el sueño entraba a un local llamativo: madera por doquier y un brillo que se replicaba en el color caoba predominante. Era el resplandor que se proyectaba de las hojas de cuchillos de todos los tamaños y formas que exhibía el lugar. Paseaba observando, pensando para qué serviría cada uno, por qué unos irradian unos destellos que se mueven más y otros menos.

Un cruce de realidad me abordó cuando "sueñopensé" (verbo que acuño en este instante para la acción del pensamiento en sueño) “seguro acá se paga con tarjeta con chip y a mí todavía no me llegó la del Santander” y hasta me sueño preguntando cuánto costarían. Estas inquietudes me condujeron al mostrador donde consulté a un hombre, que estaba de espaldas, si me podría indicar precios. Me respondía sin darse vuelta “cinco mil australes” (moneda argentina anterior al Peso). ¡No puede ser!, sueñopensé. Todavía existe gente que sigue pensando en australes, como mi viejo, que hasta muchos años después de la conversión a la nueva moneda se quedaba haciendo cuentas absurdas y en la mismísima caja de la panadería terminaba exclamando “¡Pero eso son como "ochociento’ sesenta mil australe’! Están en pedo...”

El hombre del mostrador del sueño se dio vuelta, era el actor Rodolfo Sancho, que no oficiaba del Julián del Ministerio del Tiempo; era el vendedor de la casa de cuchillos de mi sueño pero lucía igualito a él. Lo miré atentamente, la luminiscencia de sus ojos era coherente con la de los cuchillos, pero no me dejé amedrentar por ello y le repliqué “pero no existen más los australes, señor”. Rodolfo (¿o Julián?) hizo un gesto levantando los hombros en señal de “es así, qué va a hacer”.
No estoy segura si el sueño continuó o no recuerdo más, o es que entré en un vórtice espacio-temporal y desperté. De lo que estoy segura y tengo bien probado es que la vida es sueño en el barroco de Calderón de la Barca y en el presente y que en el trazo de lo consciente no sé si podré cumplir la entelequia de viajar en el tiempo, pero me pregunto y me respondo:
“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”