Con ella siempre había
problemas.
Desde que volvió,
Salvador no pudo quitarse de encima esa sensación de que Susana no
se rendiría tan fácilmente. A simple vista, el ambiente en el
Ministerio no había cambiado. Irene se estaba ganando de nuevo la
aceptación de sus compañeros. Ernesto, siempre había mantenido su lealtad a Salvador. No podía desconfiar de él, su espartana
profesionalidad le impediría incluso ser cómplice de otra maniobra
como la de Torres.
¡Bah! Sabía que se
comía el coco por nada. Se la habían jugado una vez. Ni que fuera
el primero. Sin embargo, estaría mucho más tranquilo si el destino
hubiera llevado a Susana Torres a algún puesto que le alejara del
Ministerio. Por ejemplo, secretaria de comunicación o asesora de...
Bueno, como asesora podía encontrársele hueco en cualquier sitio a
cualquiera.
Lo más cómodo habría
sido rechazar la visita. Haberse inventado cualquier excusa y
desaparecer. Ella habría insistido unos días, quizás semanas; pero
habría terminado por captar el mensaje. Susana sería muchas cosas,
pero no tenía un pelo de tonta.
Salvador nunca se había
escondido de nada. Así que aceptó ese encuentro. Y puntual, como
siempre, apareció la figura de Susana Torres difuminada tras el
cristal esmerilado del despacho de Salvador. Angustias, sin llamar
para no perder la costumbre, abrió la puerta.
-Jefe...
-Sí, pásamela.
Susana entró con una
actitud menos altiva que la que acostumbraba. Parecía haber encogido
desde la última vez que la vio. Seguía conservando ese aura de
superioridad, porque mucho tenía que caerle para que se bajara con
los humildes mortales.
-¿Quieren algo?- Ofreció
Angustias desde el umbral.-¿Café? ¿Cicuta?
-Nos apañaremos,
Angustias, gracias.
Dedicó una mirada
perdona vidas al cogote de Susana y les dejó solos. En un gesto
teatral, Salvador le ofreció pasar a la mesa alargada donde se
reunía con las patrullas antes de cada misión. Sirvió dos cafés
solos y se sentó frente a ella, cada uno en un extremo de la mesa.
-¿No estará
envenenado?-Preguntó para romper el hielo.
-¿Por quién me toma? El
veneno es parecido a dar una puñalada en la espalda. Tienes que
acercarte a la persona, que ésta se fíe de ti y que llegue a tomar
lo que sea, sabiendo lo que le va a pasar. Es una opción cobarde. Si
yo tengo que derribar a alguien, voy de frente. Usted dirá.
Agachó la cabeza,
mareando el café. Tampoco ella estaba cómoda con el encuentro.
-Le traigo los informes
de las misiones que se llevaron a cabo durante su ausencia.
-Dicho así, parece que
me haya ido de vacaciones-. Entornó los ojos, harta de sus
comentarios.-¿Por qué los tenía usted?
-Presidencia tiene que
estar informada, ya lo sabe.
-Sí, pero como enlace
que ha sido, sabrá que aquí están los informes a su disposición.
Nadie tiene por qué llevarse trabajo a casa.
-En cualquier caso, pensé
que debía llevármelos, para tener una copia de seguridad.
-Claro... Entiendo
entonces que éstas, -las carpetas esperaban aún entre ambos-, son las
únicas “copias de seguridad”.
-Sí-. Susana se tomó
unos segundos de más en contestar, pero era un farol de libro.
Habría querido utilizarlas para dios sabría qué y no le habría
servido. Eran las únicas.
- En ese caso, creo que no
tenemos nada más que hablar.
-¿No va a preguntarme
nada? ¿Ni por el cargo que tengo ahora?
- Personalmente no me
interesa. Pero ya que lo dice, supongo que debo felicitarla por el
ascenso.
- Gracias.
Había sido incluida en
la lista europea. Saldría esa misma semana a Bruselas y se
instalaría allí.
- Su sustituto aún no se
ha dejado caer por aquí.
-¿Puedo hacerle una
pregunta?
-Faltaría más.
-¿De verdad cree que
hice una mala gestión?
-Si quiere que le sea
sincero...
-Por supuesto.
-Creo que le sobrepasó.
Creo que se dejó llevar por sus instintos y que no es la persona más
adecuada para llevar este ministerio.
-Porque soy una mujer...
-Puede hacer las
preguntas que quiera, pero haga el favor de no decir tonterías, que
no son horas. Estoy seguro de que está más que preparada para otros
campos, pero éste no es su sitio. No puede pretender que el
Ministerio del Tiempo sea dirigido por alguien que no sabe de
historia. Del mismo modo que lo más apropiado para la cartera de
Sanidad no es a priori un abogado, para este ministerio no lo es
preguntar quién es María Pita.
-Le aseguro que la
mayoría de gente en este país no tienen ni idea de quién fue María
Pita. Ni de historia en general. Que muchos no saben ni cuándo
empezó la Guerra Civil.
-Así nos va. Pero la
cuestión es que aunque fuese un hombre, no es la persona adecuada
para este sitio. Ni siquiera le mandaría en una patrulla. Si me
permite ahondar más en las razones, para dirigir este ministerio no
puede dejar que sus sentimientos pongan en peligro a los
funcionarios, ni correr ciertos riesgos.
-No podía abandonar a un
agente.
-Y sin embargo, falló a
todos los demás. Dos agentes se quedaron abandonados en Altamira en
el Magdaleniense...
-Muy bien, ¿y qué iba a
hacer? ¿Dejar a un agente como Irene Larra allí, sin medios? Habría
sido condenarla a muerte. ¿Esa habría sido la mejor solución?
-Creo que ni siquiera se
planteó barajar otras opciones.
-Tampoco es lo más
apropiado mandar a una administrativa. Sin preparación, ni
capacitada para asumir los riesgos...
-Angustias sí podría
dirigir este ministerio, porque tiene aquello de lo que usted
carece-. Susana enarcó los ojos, esperando la respuesta-. Sentido
común. Y si no tiene nada más que decir...
Susana masticó su rabia
en silencio. Apretó tanto la mandíbula que casi podía escuchar
desde lejos cómo le rechinaban los dientes. Salvador se levantó, en
una clara invitación a dar por terminado el encuentro. Susana tardó
unos segundos más, en los que no despegó de él una mirada asesina.
La guió hasta la puerta.
Ya estaba abierta cuando Susana volvió a girarse hacia él.
-Cuídese, Salvador.
-Usted también. Que no
se le atragante esa ambición, Susana.
Susana le estrechó con
fuerza la mano que le tendió para despedirse. Hubo un amago de
sonrisa maliciosa en su rostro, pero se giró con actitud altiva y
salió de su despacho y esperaba que de su vida.
Aunque el plan no le
hacía demasiada gracia.
-Bueno, pues ya nos la
hemos quitado de encima.
-No es tan buena noticia
como suena. Hay que tener cerca a los amigos, pero aún más a los
enemigos.
Susana salió a la plaza
duque de Alba, donde le esperaba el coche oficial. Ya no podía
contener la sonrisa.
Le esperaba en el asiento
trasero. En cuanto cerró la puerta, el chófer arrancó el coche,
que se movió silencioso. Parecía que flotara por la carretera.
-¿Todo bien?
-Todo perfecto. Cree que
ha ganado.
(Tres días antes)
Le gustaba la cafetería
del Palace. No era para ir todos los días, pero como capricho
ocasional estaba bien. Ella estaba hecha para ese ambiente, elegante,
con un aire clásico, donde era una más. La cúpula de cristal, la
rotonda de columnas, el sofá circular que ocupaba el centro y la
vegetación interior; todo lo cual creaba un ambiente que le
remontaba a otra época.
Todavía rumiaba la
traición de Irene que le había costado el puesto en el ministerio,
después de tanto tiempo persiguiéndolo. La expectativa del
presidente era que volviera a su puesto anterior, y seguir como
correveidile. Tenía más preparación que el mismo presidente. La
oferta era un insulto.
Barajaba la posibilidad
de dimitir.
De manera providencial,
recibió una extraña llamada. Un hombre de voz grave le citaba en la
cafetería del Palace. Normalmente habría rechazado quedar con un
desconocido que tiene su número de teléfono sin que se lo hubiera
dado ella, su nombre, su peculiar situación laboral y hasta su
costumbre de ir periódicamente a esa cafetería. Sin embargo, pensó
que no tenía nada que perder. Prefería verse con quien fuera en esa
cafetería, a mediodía y con testigos y miembros de seguridad cerca;
a que le abordara por la calle o se presentara en su casa.
Llegó primero. Un
camarero la guió a una de las mesas laterales, desde donde podía
ver la entrada, la barra tras la isla central y hasta el camino a los
servicios.
-¿Le traigo la carta?
-Sí, gracias.
Su misterioso acompañante
solo se retrasó unos minutos. Seguido por un armario, un hombre
corto de estatura, de unos cuarenta y tantos, bien peinado y con
barba se acercó a la mesa.
-Me alegra que haya
aceptado mi invitación. Disculpe mi retraso, he tenido un imprevisto
de última hora.
-No se preocupe.
Prácticamente acabo de llegar-. El diligente camarero llevó dos
cartas en lugar de una. El servicio era lo mejor del sitio-. Iré
directo al grano, he seguido su trayectoria y estoy interesado en
usted.
¡Vaya por Dios! Calabaza
de primero.
-Lo siento, creo que nos
hemos confundido ambos. Yo... yo no...
-Ah no, no me refiero a
eso. No, descuide. No es por eso por lo que me interesa.
-Vale. Entonces...
-Sé que ha trabajado
como enlace de Presidencia con diversas conserjerías, secretarías y
ministerios.
Los ojos azules parecían
taladrarla. La forma en la que pronunció “ministerios”, hablando
más bajo que antes, le dejó claro por dónde iba. Pero era
imposible que ese desconocido supiera nada de la existencia del
ministerio del tiempo. Sabía de memoria la lista de personajes del
gobierno que estaban al corriente. Sabía sus nombres, sus cargos y
hasta quiénes eran sus ayudantes.
Había que optar por la
solución habitual.
-No sé de qué me habla.
-No la tenía por una
cobarde que esgrime el “no me consta” a la mínima ocasión.
Tranquila, puede hablar con total confianza. De hecho, esta reunión
no se está produciendo.
Entrecerró los ojos. La
situación cada vez le gustaba menos. ¿Quién coño era ese tío?
Tratando de recomponerse, miró a su alrededor, comprobando que no
había nadie lo bastante cerca.
-¿Qué es lo que quiere
saber?
-De momento, se debería interesar por lo que sé.
-Muy bien. ¿Qué sabe?
-Sé que ha desempeñado
funciones como subsecretaria del ministerio del tiempo. Es el único
secreto de verdad del gobierno de España. Desde ahí se puede viajar
en el tiempo. Por favor, ahorrémonos su intento de ridiculizarme,
diciendo que esto parece el argumento de alguna película o alguna
serie de ciencia ficción. Estoy al tanto de todo. Sé que ha sido
relevada de su puesto por el subsecretario al que echó usted misma,
Salvador Martí. Que ha estado a punto de liberar una pandemia de
gripe española para salvar a su novia, Irene Larra, que se había
contagiado en 1918, cuando había ido a atender en el parto a Micaela
Amaya. No voy a juzgar su forma de proceder, no estoy aquí para eso.
Ha sido traicionada por sus empleados y por su pareja. No le puedo
ofrecer una solución, pero sí una venganza. Puede golpear en el
corazón del ministerio, sin que ni siquiera tenga que mancharse las
manos.
-Aparte de esa venganza
de la que habla, ¿qué gano yo?
-Puedo conseguirle un
puesto en Bruselas, en su mismo partido.
-¿Es usted parte del
partido?- Su interlocutor se rió entre dientes.
-No. No soy político,
pero tengo muy buenos contactos. Puedo conseguirle prácticamente lo
que me pida a cambio. Incluso ir como cabeza de lista, si quiere.
-¿Gratis? ¿Qué quiere
a cambio?
-Sé que existe el
ministerio, pero es un búnker. Lo que sé es a través de terceros,
de gente que tampoco es muy de fiar.
-¿Espías?
-Oficialmente no, pero
los métodos son parecidos.
-¿Micrófonos?- Su
sonrisa sirvió como respuesta afirmativa-. Si no le basta con esa
gente...
-Esa gente no ha estado
dentro. No tiene acceso a los archivos del ministerio. Necesito que
me proporcione todo lo que tenga a su disposición, empezando por lo
mismo que le ofreció a los americanos.
A Susana le llevó poco
tiempo pensarlo. No tenía nada allí, así que hasta que tuviera que
darle algo, tenía tiempo de saber quién era ese. No es que le
importase lo que ocurriera en el ministerio, pero no sabía si estaba
dispuesta a dar esa información a alguien que para ella era un
completo desconocido.
-Tengo algunas
condiciones.
-Adelante.
-Quiero ir como cabeza de
la lista europea. Y que pueda contar con usted para cualquier
eventualidad.
-Me parece viable.
-Y saber quién es. Usted
parece saberlo todo de mí. No estamos en igualdad de condiciones.
Entenderá que no puedo entrar en según qué tratos en esas
circunstancias.
-Lo entiendo. Pero dado
lo que sé, tiene poco que exigir. Es preferible que usted sepa lo
mínimo y necesario.
-¿Cómo se llama?
-¿Espera de verdad que
le dé mi identidad?
-Un nombre. Tendrá
nombre.
El hombre sonrió con
condescendencia, en un gesto casi paternal.
-Enrique. Me llamo
Enrique de Sobrecasa-. Le había mentido en su cara, pero no podía
probarlo-. Recibirá una compensación en metálico por sus servicios.
Es importante que no desaparezca sin más del ministerio. Necesito
que vuelva y se reúna con Salvador. Le ofrecerá los informes de las
misiones que se hayan llevado a cabo mientras estuvo. Las copias
originales. A mí me dará fotocopias. Ese mismo día, se irá y no
tendrán que volver a saber de usted.
Enrique, o como quiera
que se llamara, le entregó una carpeta con el emblema de presidencia
de gobierno. Dentro iba un abultado sobre con billetes de hasta
cincuenta euros. Diez mil euros en total. Llevaba también la
dirección de su nuevo apartamento en Bruselas, la lista de sus
contactos y el billete de avión en business para esa tarde.
O eso pensaba ella.
Su chófer personal había
sustituido al de Susana en lo que ella estaba reunida con Salvador
Martí. Sabía lo que tenía que hacer. No se había dado cuenta de
que en el asiento del copiloto había alguien que no estaba antes.
O quizás sí lo había
visto pero había preferido no darle importancia. Y si se la daba,
poco importaba.
Debió darse cuenta de
que algo no salía como ella había previsto, porque no retiraba la
vista de la ventana. Le miraba a él con gesto interrogante. Los
cierres estaban bloqueados desde que arrancaron, por si se veía
tentada a hacer alguna estupidez.
-Por aquí no se va al
aeropuerto. ¿Dónde vamos?
-Tenemos que hacer una
parada antes. Espero que no te importe-. La miró con su gesto
sociable, con una sonrisa tranquilizadora.-Tranquila, serán sólo
unos minutos, no tendrás problemas con el vuelo.
Susana ya no estaba
tranquila. Pero daba igual.
Cuando llegaron al
edificio del polígono que servía como base de sus operaciones,
todos bajaron del coche. El que estaba en el asiento del copiloto
abrió la puerta donde estaba Susana, con la pistola ya en la mano.
Había pocas resistencias con una pistola de por medio.
Susana bajó del coche,
encogida. Cruzó los brazos en el pecho, puede que por frío o en un
intento inconsciente y visceral de protegerse.
-Me ha traicionado.
-Por favor, ahórrate el
alegato. No hizo falta nada para convencerte. Si eres tan amable de
acompañarme.
-¿Me vais a matar?
Una mirada a su hombre le
bastó para que éste entendiera el mensaje y actuara en
consecuencia. Cogió a Susana por detrás, rodeándola con los
brazos. Alguien como ella no era un obstáculo para un tipo como él.
Susana forcejeó, gritó, pidió socorro hasta romperse la garganta.
Solo retrasó la entrada al edificio.
El grupo fue en silencio,
roto solo por los lloriqueos de Susana, hasta una habitación en el sótano.
-Por favor... por
favor... te he dado lo que pediste. ¡Todo lo que pediste!
-Sí. Has hecho un buen
trabajo, eso no te lo negaré. Pero entenderás que eres un riesgo
para mí.
-¡No! ¡Para nada! Yo
soy leal, no diré nada, no tienes que preocuparte por mí, de
verdad...
-En eso también tienes
razón.
Esta vez ella también
entendió la mirada que intercambió con el matón.
-¡No! ¡No! ¡Por favor!
El disparo resonó en
todo el edificio, pero no había nadie más para escucharlo a varios
kilómetros a la redonda.
-Deshazte de ella.
No podía dejar cabos
sueltos. Aunque tuvieran un enemigo común, Susana Torres era una
traidora. Y no te puedes fiar nunca de un traidor.
De repente, pensó en esa
frase que se sabía todo el mundo. Lo que tienen las citas célebres, es que todo el mundo las conoce, aunque no sepa de dónde salen.
Roma no paga a
traidores.